19 de diciembre

Éste no es el inicio. Al menos, no es el inicio verdadero. Y es que siempre que escribo, hago lo que he llamado «falsos inicios». Pocas veces tengo claro cómo voy a empezar un texto, así que escribo lo que sea y, una vez que remonto el vuelo en la página, regreso al principio y lo deshago.

Entonces, en casi todos mis textos hay un palimpsesto al inicio. Es cierto que lo hay a lo largo del texto, pero está especialmente allí, pues al principio el texto parece un sueño, una nebulosa que no se sabe bien cómo ordenar, desde qué perspectiva contar o con qué tipo de recursos, pero luego, cuando consigo que el lápiz corra por la página y me siento libre como caballo, empiezo a descifrar «lo que pide» el texto (sí, como si fuera un ente autónomo) y es ahí cuando puedo regresar al inicio y hacer los ajustes necesarios (porque ya se sabe que lo que cuenta es la ilusión poética).

En este punto, ya he regresado al inicio para corregir mis errores. Sobre todo, eliminé varias repeticiones, un error de redacción que suelo cometer con frecuencia. Ahora, gracias a mis correcciones, espero que ustedes se sumerjan en este texto sin que les molesten repeticiones, verbos mal usados, preposiciones que no «combinan» con el verbo o esa falta de palabras que nos hace pensar «Aquí hace falta algo, pero no sé qué».

De nuevo me detengo para leer. Parece que ya he dicho todo lo que quería, si bien siento que este tema de la escritura y el proceso creativo da para mucho más, así que seguramente escribiré algunas entradas sobre eso en mi libreta.

Bien, ahora parece que necesito un cierre, algo que no deje al lector incompleto. Por supuesto que yo podría querer un cierre que deje en vilo a los lectores, y podría usar los consabidos puntos suspensivos… Pero en esta ocasión quiero un final cerrado, y para eso diré que justamente lo que me gusta de escribir es jugar. No tanto jugar con las palabras y el lenguaje (eso en realidad lo hago poco), sino jugar a correr detrás de las palabras, y también jugar a ser una bruja que echa todos sus ingredientes al caldero para preparar una pócima que encante a su víctima y la haga sentir enamorada, perdida, enojada, triste o todo eso a la vez. Yo quiero que mis textos sean igual de seductores que las pócimas de esa bruja, porque al final, yo escribo para encontrar a un lector y tenerlo justo donde quiero.

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